• EL FORASTERO: El Guardagujas II, Paula A. Quiroga y Laura Garcés (2017).



    El forastero esperó ansioso al borde de la línea amarilla que separaba las entradas a los convoyes, viendo tras de sí la inmensidad de lo que vendría siendo su partida hacia la desconocida estación X. Los rines del tren chillaron violentamente deteniéndose frente al forastero. Un hombre alto con traje de corbata lo observó extrañado y estiró su mano preguntándole:

    – ¿Hacia dónde se dirige?

    – Hacia la estación X.

    – Siga por el fondo de este corredor y entre por la primera puerta a la izquierda, allí encontrará un documento que debe diligenciar con todos sus datos y así obtendrá la asignación de su asiento.

    – ¿Por qué con mis datos?

    Sin obtener respuesta alguna del hombre, el extranjero entra cauteloso y se encuentra con un pasillo de mármol junto a luces extravagantes que podrían llamar la atención hasta del más distraído. El piso se encontraba perfectamente lustrado, pero las ventanas parecían  estar selladas, aún cuando podía verse  desde afuera  con detalle un tren aparentemente normal.
    Una vez con el documento en las manos y después de haber revelado algunos de sus más íntimos secretos en un pedazo de papel, el hombre que lo había recibido a la entrada del tren le arrebata la hoja para leer su información detenidamente, siguiente a esto unas veinte personas desesperadas con rasguños frescos en sus pieles se adentran en el cuarto celebrando el hecho de que entre tumultos de personas ellos hubieran conseguido abordar.

     – Las historias del guardagujas eran reales... – se dice el forastero en voz alta.

    – Su asiento se encuentra en la sala de viajeros de primera clase. – El empleado le entrega una caja con un papel adherido a la tapa – Estos utensilios hacen parte de su estadía en el tren, debe renovarlos cada mes con un papel que se le enviará para recordarle, de lo contrario debe pasarse a la zona de los viajeros de tercera clase ¿está entendido?

    – ¿Cuál es la diferencia entre las zonas? - pregunta curioso, nuevamente su capricho de saber las cosas había salido a flote, ¿le traería esto problemas?

    – No querrás estar en la de tercera clase. – Una anciana con un bastón responde  entre la gente– a menos de que quieras estremecerte con los golpes de los convoyes, en el último de estos las ruedas están tan desgastadas que muchas veces se salen de los rieles; incluso los vagones pueden caer violentamente cuando se atraviesan extensos abismos de la ruta  y una vez allí es difícil que envíen grupos de rescate por ti, por ello es importante renovar estos utensilios, así ellos sabrán que existes, que eres útil y no te enviarán a aquellos oscuros lugares. Por cierto ¿hacía dónde vas?  -pregunta con gran intriga y algo de coqueteo al tímido forastero que ingresaba en el lugar, éste recordó cuidadosamente las palabras del guardagujas y guardó silencio a su pregunta. La mujer sonrió sarcástica y se escabulló entre la fila para recibir su puesto asignado. Al parecer la mayoría de los tripulantes son enviados a tercera clase con la explicación de que hacen falta personas que ayuden con la construcción de la infraestructura del tren, muchos de ellos protestan  al empleado quien con sus ojos amenazantes les calla advirtiendo la expulsión permanente del tren.

    El ruido de las poleas se intensificaron una vez todos se acomodaron en sus lugares; muchas personas bajaban sus miradas y otras observaban minuciosamente sus alrededores, como si de “espías se tratasen” .
    El forastero acomodó su pesado equipaje y se sentó al lado de la ventana visualizando el paisaje de aquel pueblo que dejaba atrás para enfrentar un viaje de  varias horas hacia su destino final, solo esperaba no haber tomado el tren equivocado y se preguntaba si lo que veía en la ventana era el paisaje cambiante de la realidad o simplemente un espejismo. Su oportunidad de ir a X se veía lejana pero a la misma vez cercana, no era apropiado para él tomar actitud alguna pues podía llamar la atención de los demás y generar problemas futuros.

    –  Sólo le recomiendo que se fije muy bien en las estaciones. Podría darse el caso de que creyera haber llegado a T., y sólo fuese una ilusión... carecemos por el momento de trenes directos… Inténtelo de todas maneras. Suba usted al tren con la idea fija de que va a llegar a T. No trate a ninguno de los pasajeros... En ese caso redoble usted sus precauciones. Tendrá, se lo aseguro, muchas tentaciones en el camino... ¿No le gustaría a usted pasar sus últimos días en un pintoresco lugar desconocido, en compañía de una muchachita? Al menos diez minutos había pasado el forastero meditando lo dicho por el guardagujas e imaginando las diferentes situaciones en las cuales podría llegar a verse involucrado hasta que un grupo de personas vestidas con elegantes trajes y costosas maletas se acercaron a algunas sillas que habían quedado vacías.

    Uno de ellos fijó sus ojos en el forastero y se acercó a él despectivamente, observándole de  pies a cabeza y tocando su nariz con ánimo despectivo, inmediatamente uno de los empleados del tren toma la maleta del forastero y la corre con pereza hacia el fondo del pasillo.

    – ¿Podría usted ir al siguiente vagón? Aquí el honorable caballero debe tomar su puesto asignado - dice el subalterno señalando al hombre de traje frente a él.

    – Este es mi puesto asignado, puedo cederle el asiento de la ventana si así lo desea – respondió el forastero caballeroso. El “honorable caballero” alza una ceja y mira al empleado del tren con descontento.

    – Señor – dice el funcionario  alzando el tono de voz – diríjase al vagón de tercera clase o me veré en la obligación de quitarle sus utensilios, ó en el peor, será expulsado inmediatamente del tren. Entienda usted que es de suma importancia tener claro que las normas impuestas aquí son reglas inquebrantables, las mismas aseguran un óptima convivencia y viaje seguro.

    –Tal parece que el señor no ha asistido a las lecciones de urbanidad. –Dice el honorable hombre quien sonríe de medio lado al ver la incómoda situación en la que el forastero se encuentra –Este pobre hombre quiere evitar el exilio del tren que afortunadamente pudo abordar.

    Después de unos segundos, el forastero observa estupefacto al hombre y al empleado pero se levanta con los hombros erguidos y ve cómo su prójimo de gran poder monetario ordena que limpien el asiento con el desinfectante más fuerte y el olor más resistente. El forastero entre su confusión da media vuelta y se dirige a su nuevo asiento asignado a la fuerza, asiento que ahora se encuentra en el vagón de tercera clase, en donde, según lo que escucho del guardagujas, podría ser el comienzo de una angustia.

    La diferencia entre un convoy y otro era bastante notoria, los lustrosos pisos de marmol y los cómodos sillones de cuero pasaron a ser desagradables  y sucios asientos  en donde incluso algunos pedazos de suelo estaban ausentes y podía verse con total claridad la construcción interna del tren. A su alrededor se encontraban adultos mayores amargados que despotricaban sus diarios vivir y más que todo los platos de comida que recibían en las noches.
    Entre los rostros desconocidos la anciana aparece frente a su cara y se sienta su lado diciéndole con expresión plácida:

    –Todos estos niños que corren desesperadamente lanzándose cualquier objeto que está a su vista son los responsables de este fétido olor !No hay orden santo dios!. Pareciera como si fuésemos la zona inexistente del tren, no hay cuerpos de seguridad cerca, no hay mejoramiento de las instalaciones ¡y además de eso tenemos que lavar los platos sucios de la primer zona! !Inaudito!... !Ah! pero cuando se trata de recibir la comida y los utensilios  todos cambian sus expresiones a una felicidad completa y reciben cómo las mascotas reciben a sus dueños.

    –¿Por cuánto tiempo ha estado en esta zona?

    –Para empezar no creo en el tiempo señor visitante ¿Es usted un visitante? Sí lo es, puedo detectar a distancia a alguien que no ha estado por estos territorios. –La anciana saca de su bolsillo un boleto arrugado y viejo –Según esto he estado aquí por eternidades… y si que han sido eternidades… mi espalda me atormenta ¡claro! con todos los golpes que recibimos de las llantas en mal estado...
    Al oír el comentario de la anciana el forastero comenzó a fijarse detalladamente en su alrededor y notó que las ventanas no tenían un hermoso e inigualable paisaje tal y como en la primera zona, estaban más bien nubladas por una capa de polvo que cubría toda la belleza que él esperaba ver. Se preguntaba él cuándo se habían preocupado los pasajeros por exigir un mejor trato o al menos una limpieza y mejoramiento a la infraestructura del tren.

    –Recuerdo –La anciana interrumpe los pensamientos del forastero–  que llegaron a nuestros oídos la idea de cambiar la infraestructura de los trenes y las estaciones; fue un momento de mucho caos pues varios pasajeros debían abandonar sus asientos y esperar por varios días en las fondas para viajeros hasta que todo quedara terminado. La estación en la que usted se encontraba, señor visitante, fue mi primera bajada durante tanto tiempo, allí esperé por una semana y volví a abordar el tren ¡esperé con tal emoción que lo que me lleve fue un golpe de cabeza! Las estructuras de mármol sólo podían ser aguantadas por las llantas renovadas y por alguna extraña razón no todas las llantas lo estaban, por ende algunos vagones se dejaron intactos.

    –¿Hace cuánto funcionan los ferrocarriles?

    –¿Se refiere usted a hace cuánto funcionan correctamente en todas las estaciones? De ser así sería casi imposible decírselo, desde que tengo memoria el tren ha tenido fallas por más remodelaciones que se la hagan, aunque son fallas que se conocen y aún así los tripulantes del tren no hacen nada por solucionarlas…

    El tren se detuvo lentamente y los ancianos que se quejaban desde un principio se pusieron de pie. Las puertas del tren se abrieron en par y todos comenzaron a bajarse empujándose unos con otros; el forastero siguió confuso a la multitud y se encontró con varios pasajeros provenientes de primera clase.

    Adelante se encontraba un gran abismo con un puente que se había destruído; era el mismo del que el guardagujas le advirtió: “En la ruta faltaba el puente que debía salvar un abismo. Pues bien, el maquinista, en vez de poner marcha atrás, arengó a los pasajeros y obtuvo de ellos el esfuerzo necesario para seguir adelante. Bajo su enérgica dirección, el tren fue desarmado pieza por pieza y conducido en hombros al otro lado del abismo, que todavía reservaba la sorpresa de contener en su fondo un río caudaloso. El resultado de la hazaña fue tan satisfactorio que la empresa renunció definitivamente a la construcción del puente, conformándose con hacer un atractivo descuento en las tarifas de los pasajeros que se atreven a afrontar esa molestia suplementaria.”

    –No he pagado ningún descuento.

    –Sí lo has hecho –Respondió la anciana quien lo seguía con el bastón. –muchos de nosotros pagamos descuentos pero aparentemente son tan mínimos que no nos damos cuenta, aunque tampoco nos lo hacen saber. Aquí sólo tendrás que mover algunas piezas ¡vamos hombre! No seas tan quejumbroso y ayuda un poco.

    Al menos parecía que avanzaban y no era simplemente un paisaje-espejismo; después de lo que pareció una eternidad, el tren fue desmontado, trasladado y vuelto a armar con presión, claramente sin el apoyo de aquellos pasajeros de alcurnia, que así estuvieran presentes, hacían cargar a otras personas a bordo su pesado equipaje.

    Una vez se encontraba de nuevo en el tren el cansado forastero decidió dormir, al menos por un par de horas después del arduo trabajo, soñaba con los hermosos paisajes vistos, el lindo piso de mármol y la elegancia del convoy de primera clase, pudo imaginarse viviendo ahí, pero luego la realidad cayó como un balde de agua fría sobre él al darse cuenta de que aquello jamás pasaría. En el camino se encontraron con al menos cuatro estaciones, dos de ellas en magníficas  condiciones, la otra mitad siendo todo lo contrario, unos pasajes de casas que parecían caerse en su estructura y algunas personas sobre la línea de espera con la ilusión de que el tren parara frente a ellos.
    Eran contadas las ocasiones en que otros trenes se cruzaban y era tanta su velocidad que era casi imposible identificar la ruta con los pasajeros que iban dentro del mismo. Sin embargo para el forastero era todo una ilusión, si para él era difícil creer todo lo que acontecia dentro de la locomotora más lo era el creer que todo lo que veía tras las ventanas fuese verídico.
    Después de lo que parecía una eternidad logró vislumbrar un paisaje conocido, estaba cerca, a punto de llegar a su hogar, hogar en el que no había estado en meses a causa de buscar un empleo más rentable que le permitiese mantener a la familia que  tanto amaba y estaba a punto de agrandarse; ese finalmente era su propósito en la estación X, después de haber viajado por muchas partes del mundo había escuchado que dentro de ciertas estaciones que para él eran desconocidas podría encontrar un trabajo que le daría el sustento que él necesitaba.

    Al divisar entre las ventanas en el techo de una casucha el letrero que decía estación X no dudó ni un segundo en buscar su valija y bajarse a toda prisa del tren apenas las puertas se abrieron, la felicidad que sentía en aquel momento era indescriptible, sentía que volvía a ser él mismo, quería abrazar a su amada y estar ahí en el momento en que su hijo llegase al mundo, se le había olvidado por completo todo el esfuerzo que había hecho para conseguir la entrevista de trabajo que al fin y al cabo había sido desperdiciada.

    Al momento de bajarse de su tren observó a la anciana que lo miraba sonriente y se despedía con su bastón suavemente. Lo que había parecido una eternidad habría sido el final de su travesía. No entendía ni recordaba el por qué quería ir a la estación T, ni de la existencia del guardagujas que entre oscuridades alumbró con su linterna durante todo el viaje, mucho menos del “honorable hombre” que lo observaba saliendo con saltos de felicidad del tren, sin embargo, aquella anciana quedaría marcada por un muy buen tiempo, aquella anciana le había dejado una sensación inexplicable, se sentía como si no fuese él, sentía que debía ser el héroe que el guardagujas le había mencionado.
    Al pisar el suelo conocido el empleado que lo había atendido en un principio le entregó un papel en donde debía con su firma asegurar que el servicio y estadía dentro del tren habían sido memorables. El forastero con una enorme sonrisa tomó el bolígrafo y firmó con su nuevo nombre: el guardagujas.
  • 0 comentarios:

    Publicar un comentario

    UBICACIÓN

    Cali, Colombia

    EMAIL

    lau.adss@gmail.com

    NÚMERO

    +57 315 379 8947

    NÚMERO

    +57 315 379 8947